La edad de los 40 años marca un estudio retrospectivo de nuestro pensamiento y un análisis exhaustivo de lo que se ha hecho. Poco en el sentido estricto de la palabra. Cuando empezamos a darnos cuenta que estamos en el mundo ¿Cuántos años han pasado? Nuestros pensamientos están en la lucha por adentrarnos en la comunidad, los estudios, el trabajo, la lucha por el amigo. Ya es bastante.

Con la madurez, volver a empezar, pero todo es distinto. El ideal se desvanece, con lo cerca que parecían. Los problemas con la sociedad se agravan y empezamos a enrolarnos en la noria de la vida, dándonos cuenta que “cualquier tiempo pasado fue mejor”, como escribía Jorge Manrique en “Coplas a la muerte de su padre”, aunque hoy esta frase ha quedado obsoleta.

 

Surge la problemática del estudio universitario enraizado en ideales políticos, más acusado en el estatus político-social de cambios en la ideología convencional. Es mejor o peor, o viceversa. Esta profunda permuta, no hace más que empobrecer las mentes más cultivadas. La vida evoluciona, lo que hoy está bien, mañana es un desastre, es una sucesión de acontecimientos y en cada momento brotan realidades diferentes en el tiempo.

            Sin darnos cuenta y con soslayo estamos ya en el que dicen es el ecuador (mediodía) de nuestra vida. No existe, si no es en la mente, que al fin y al cabo es la profunda interrogación del ser humano. Aparece entonces la idea del poder ¡Todo puede ser nuestro! ¡Todo está a nuestro alcance! ¡Metas infinitas! Es la edad del despegue, y algunos piensan en el más allá y les aterra, hundiéndose en un profundo vacío. Como ha ocurrido con grandes pensadores, Stendhal, Nietzsche, el problema del alma, ocupa su máximo vigor, tomando cada cual el camino que les parece más racional.

            Es ahora, cuando estamos inmersos en la sociedad de consumo, cambiando continuamente, no de ideales, sino de objetivos materiales. ¡Para qué cambiar de ideología! Vamos viviendo y basta; todo nos parece bien y si no es así, surgirá la persona que fácilmente nos incorpora en la sociedad. Es un mundo con prisas, un corre-calle en el que el cerebro no da tiempo a madurar, por lo que será difícil discernir entre el bien y el mal.

            Con el tiempo, llegamos a nuestro puesto de trabajo que nos hemos ganado justa o injustamente, tampoco nos preocupa mucho, hemos conseguido lo que tanto ansiábamos y entramos pleno en él, olvidando hasta cierto punto todo lo que nos rodea.

            Pronto advertimos, que no era esa nuestra meta y florece un estado de frustración. El tiempo no da respiro, aunque éste no es dinámico, sino estático, nosotros somos los que nos movemos, el tiempo es un capricho más de la naturaleza. Todos estos acontecimientos son los que nos hace subsistir y sentirnos con fuerzas para luchar en este mundo de muchas figuras y pocos triunfos.