La sociedad moderna se ha basado como siempre ocurre, en lo sucedido a través de la historia. De lo pasado aprendemos y nos quedamos con lo que más nos apasiona, sobre todo de la parte científica. Sin ésta, no se hubiera transformado y evolucionado nuestra sociedad.

 El  positivismo aúna éste conocimiento y promueve su interés en la clase social. Trata de crear avidez por lo epistemológico. 

 No obstante, la experiencia no es siempre sinónimo de realidad. Es lo que ocurre con lo científico. El erudito no está en posesión de la verdad; se encarga de estudiar y conocer la ciencia en profundidad, exhaustivamente y darlo a conocer para mejorar la sociedad en que vivimos, pero no lo consigue en todo su ámbito. Lo que se demuestra hoy, mañana tiene caducidad aunque su enfoque sea el mismo. Lo cierto es que se sigue sobre la misma base, lo que se modifica es la estructura del edificio según los avances se vayan desarrollando.

            Como casi todo, va unido a lo político y económico. Llevan el mismo paso y según se distorsione uno, tropiezan los demás. Cuando hablamos de un pensamiento, hay que saberlo interpretar en el lugar en donde nos movemos, no sólo nosotros, sino nuestro entorno, pues ellos son los que deben  saber  analizar.

            La vida está en constante evolución, con o sin investigadores, y así será a través de los tiempos. Se intenta buscar la perfección, lo que es correcto y además, estamos obligados a realizar. Con los científicos se avanza, pero no es el todo, con o sin ellos, la vida progresa.

            ¿Saben  qué va pasar en el  futuro?  Están en ello, pero va depender de muchos factores, entre ellos el político-económico.

            La parcialidad es una de las críticas. No cree,  por ejemplo,  en lo intuitivo o en lo genético. Todo tiene que tener una base, sobre todo empírica, por lo que no hay alternativas al respecto. El arte no tiene base experimental, es individual y, pensaría, que hasta  genético. El que no haya argumentos no deja de ser “verdad” y “objetivo”: una escultura, un cuadro, un edificio… Todo en la vida no tiene que tener un nacimiento “objetivo”.

            Lo científico impediría el progreso de los países más pobres ya que sus conocimientos estarían en manos de grandes empresas, las de mayor nivel económico. Es lo que está pasando en países africanos, en donde los “grandes” se reparten el “pastel”. Ha pasado en todas las épocas de la historia. Primero, en la Era Nuclear, con las dos grandes potencias,   EEUU y Rusia; después la Era Espacial, con los mismos protagonistas. La sociedad, en el primero de los casos no se benefició del trabajo científico, sino que fue el protagonista negativo con las muertes en Hiroshima y Nagasaki. Con lo que podemos concluir que la investigación va unida a la política y a la economía, desfavoreciendo a los menos ricos, lo que significa que no siempre se beneficia la sociedad, en toda su extensión.

            El positivismo dice que la experiencia y los razonamientos intersubjetivos es la validez del sistema epistemológico. Si fuese así, no tendría que apoyarse en la validez de otros valores, como los de la religión, el arte, la naturaleza… Si sólo existiese lo científico, la vida no tendría sentido; todos estaríamos mimetizados y sin sorpresas. Estaría previsto y no quedaría nada a la intuición. En resumen, todo no es ciencia y no se puede menospreciar los demás argumentos que nos han situado en el universo.

             La ciudadanía tiene derecho a pensar de forma independiente, siempre que no altere la continuidad en la sociedad, o sea, no afecte a terceros.  Se dice que en la era actual existe libertad de pensamiento, aunque  no se”palpa”  en toda la colectividad. “Todo individuo tiene derecho a la libertad de expresión y opinión”, Declaración Universal de los Derechos Humanos. A través del tiempo, esta  libertad se ha hecho más efectiva y se ha puesto en práctica, enriquecida por la experiencia y conocimientos, que han labrado el camino para aumentar nuestro saber.

            Pero desde que nos insertamos en la vida, estamos sometidos a una serie de leyes impuestas por el hombre y que se van innovando según las circunstancias que ellos mismos van implantando. La sociedad está estereotipada, se marcan unos cánones que hay que cumplir, al que no los cumple, se le  margina, tildado de ilógico; luego la sociedad también decide en el proceso de selección. Se entra  en  la “rutina”, como casarse, tener hijos, trabajos predeterminados…

            Es razonable, que no a todos les guste el Real Madrid. ¿Es irracional? La libertad de expresión física, no política, no impide aceptar aquello que interese. La libertad de pensar y expresarse enriquece el desarrollo de la persona y su ente, así como, se mejora la calidad de contacto con la ciudadanía.

            Hay que promoverlo, como ocurren con otras cosas. Sería “tonto” impedir el progreso de la ciencia, es lo adecuado, lo que ocurre que  siempre son beneficiados los países ricos, los que están al alcance de esta disciplina. Para que surtiera efecto, habría que estructurar el uso de los conocimientos que nos otorgan para repartirlo al conocer  de cada cultura y economía.

            El problema es cómo y de qué forma. En la actualidad, se está atravesando un período, esperemos de transición, en la que la cultura y la economía, dos premisas importantes para ello, no están en su mejor momento. Se comenta actitud positivista, lo que hoy brilla por su ausencia. Tanto la política, como la crisis, se han encargado de que no se fomente.